LA EVOLUCIÓN DE LA CURIOSIDAD EN NIÑAS, NIÑOS Y ADOLESCENTES: CÓMO MANTENER VIVA LA CHISPA DEL APRENDIZAJE
Desde los primeros años de vida, la curiosidad se manifiesta
con fuerza: una caja vacía puede convertirse en un universo, una pregunta puede
repetirse mil veces. Sin embargo, al llegar a la adolescencia, esa inquietud
innata no desaparece, pero sí se transforma. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué papel
juegan la familia, la escuela y el entorno?
La doctora en Neurociencia y académica de la Facultad de
Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello, Evelyn Cordero,
explica que la curiosidad no es solo una emoción pasajera, sino una poderosa
palanca del aprendizaje. Diversos estudios científicos, como el de Gruber,
Gelman y Ranganath (2014), han demostrado que el cerebro recuerda mejor aquello
que despierta su curiosidad. Esto es especialmente evidente en la infancia,
donde una pregunta intrigante puede ser clave para retener una respuesta.
Pero en la adolescencia, el proceso se vuelve más complejo.
Una investigación liderada por Yana Fandakova en 2021, realizada en el
Instituto Max Planck junto a la Universidad de Cardiff, reveló que en esta
etapa de la vida no basta con generar curiosidad inicial: también influye la
forma en que se entrega la información. Si el contenido sorprende, emociona o
se conecta con los intereses personales, es más probable que deje huella.
Esto tiene implicancias importantes tanto para la escuela
como para el hogar. Mientras que en la infancia es suficiente con una buena
pregunta, en la adolescencia se requiere más: el contenido debe ser
significativo, no solo correcto. En casa, es común que los adolescentes no
expresen su entusiasmo como antes, pero eso no implica falta de interés. A
menudo necesitan más espacio, tiempo y confianza para explorar lo que los
motiva.
Según la académica, lo fundamental es crear condiciones que
permitan florecer la curiosidad: “Escuchar más y juzgar menos. Evitar
respuestas cerradas y dejar preguntas abiertas. Conectar los contenidos
escolares con la vida cotidiana. Validar sus intereses, incluso si no se
ajustan a nuestras expectativas”.
Además, invita a adultos y docentes a abandonar la idea de
tener todas las respuestas. “Lo más valioso muchas veces es acompañar en la
pregunta. Porque cuando las y los adolescentes sienten que pueden explorar sin
ser evaluados a cada paso, la curiosidad reaparece. Y con ella, el deseo de
aprender”.
Así, la curiosidad, lejos de extinguirse con la edad, puede
convertirse en una brújula potente para navegar las complejidades de la
adolescencia, siempre y cuando contemos con los espacios y actitudes adecuados
para cultivarla.
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