El Cónclave sin farándula

 


Columna de Opinión del Dr. Mauricio Albornoz Olivares, Decano Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas de la Universidad Católica del Maule.



 

 

La tarea de elegir al próximo Papa recae exclusivamente en los miembros del Colegio Cardenalicio menores de 80 años, y que en la actualidad son 135, de los cuales 133 estarán en la votación, pues dos de ellos se han excusado por motivos de salud. El formato de cónclave para la elección del nuevo obispo de Roma se formalizó en 1274, y sus procedimientos están explicados en la constitución apostólica Universi Dominici Gregis de 1996.

La Santa Sede anunció este lunes que el cónclave comenzará en la mañana del 7 de mayo, con la Santa Misa de elección del Romano Pontífice en la Basílica de San Pedro. Esa misma tarde, los cardenales —solo los electores— entrarán en la Capilla Sixtina, cantando el “Veni Creator Spiritus”, invocando la guía del Espíritu Santo. Una vez dentro, cada cardenal prestará juramento de observar los procedimientos, mantener el secreto y votar libremente por el candidato que considere más digno. Cuando el último de los cardenales electores haya prestado juramento, el maestro de las celebraciones litúrgicas papales, Mons. Diego Ravelli, dará la orden “Extra omnes” (“Todos fuera”), indicando que todos los que no participen en el cónclave deben abandonar la Capilla Sixtina.

 

Las puertas de la capilla permanecerán cerradas al mundo exterior hasta que se elija un nuevo Papa. Los cardenales deben jurar absoluto secreto tanto durante como después del cónclave. Cuando salgan de la capilla —por ejemplo, para comer o dormir—, no se les permite comentar nada sobre lo ocurrido allí.

Dentro de la capilla, se realizan votaciones entre los cardenales una vez en la primera sesión de la tarde, y dos veces en cada sesión de la mañana y de la tarde de cada día del cónclave. Todas las papeletas llevan la inscripción “Eligo in summum pontificem” (“Elijo como Sumo Pontífice”), sobre un espacio para que los cardenales escriban un nombre. Durante la votación, los cardenales se acercan individualmente al cuadro del Juicio Final de Miguel Ángel, prestan juramento en latín y depositan su papeleta en una urna grande diciendo: “Pongo como testigo a Cristo el Señor, quien será mi juez, de que mi voto se otorga a quien ante Dios creo que debe ser elegido”.

Tres cardenales designados al azar, tabulan los resultados ante la asamblea. Primero, cuentan las papeletas, y si el número de papeletas no coincide con el número de electores, se queman inmediatamente y se realiza una nueva votación. Si el número de papeletas es correcto, los tres escrutadores leen cada papeleta, el último lee el nombre en voz alta y lo anota. Cada elector anota también el resultado en una hoja proporcionada para tal fin. Cada papeleta, tras el recuento, se remata con una aguja y se coloca en un hilo para mayor seguridad.

Otros tres cardenales electores, elegidos al azar, los revisores, verifican el recuento de los votos y las notas de los escrutadores para garantizar que la tabulación de los votos se haya realizado de manera exacta y fiel.

Para ser elegido se necesitan dos tercios de los votos, en este caso, 90. El historial de cónclaves del último siglo muestra que el colegio elige a un nuevo papa, en promedio, en la tarde del tercer día, tras unas ocho votaciones.

Cuando una sesión de votación concluye sin que ningún candidato alcance la mayoría requerida, las papeletas se queman con paja húmeda, lo que provoca que salga humo negro de la chimenea de la Capilla Sixtina. Sin embargo, si se elige un Papa, las papeletas se queman con un agente químico, produciendo el famoso humo blanco.

Si se tiene ya un elegido, el cardenal decano, o el cardenal que sea primero en orden y antigüedad, se dirige al elegido y le pregunta:

“¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?”.

Con su consentimiento, se convierte en Obispo de Roma y Papa. El cardenal decano pregunta entonces: ¿Cómo quieres ser llamado?

El nuevo Papa pasa unos momentos en una sala contigua a la Capilla Sixtina, conocida como la Sala de las Lágrimas, donde viste sus vestiduras papales blancas. Cada cardenal se adelanta por turno y hace un acto de homenaje y obediencia al nuevo Papa. A continuación, se realiza un acto de acción de gracias a Dios.

El cardenal diácono de mayor rango anuncia desde la logia de San Pedro a los reunidos en la Plaza de San Pedro: “Habemus papam!” (¡Tenemos un Papa!) y el nombre que ha adoptado. El Papa recién elegido sale entonces para dirigirse y bendecir a la ciudad y al mundo (“urbi et orbi”), terminando así el proceso de elección del Romano Pontífice.

 

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