En un contexto marcado por transformaciones profundas en la
vida familiar y educativa, el juego en el hogar adquiere un valor fundamental
en el desarrollo integral de niños y niñas, especialmente en la primera
infancia. Lejos de ser una actividad secundaria o meramente recreativa, el
juego constituye una experiencia esencial para el aprendizaje, la regulación
emocional, el desarrollo psicomotor y la construcción del vínculo afectivo.
Desde la educación parvularia y la psicomotricidad, resulta
clave reflexionar sobre los juegos que están jugando hoy los niños y niñas en
casa, y, sobre todo, cómo los adultos acompañamos esas experiencias en este
período de vacaciones.
Es importante destacar que el juego no surge solo del
objeto, sino del espacio, del tiempo disponible y de la libertad para imaginar,
explorar y crear.
La académica de la Escuela de Pedagogía en Educación
Parvularia con Mención de la Universidad Católica del Maule, Dra.
Natalia Villar- Cavieres plantea una pregunta fundamental: ¿A qué jugamos
en casa? Hay que considerar que existen diversas formas de juego que pueden
potenciarse en el hogar sin necesidad de recursos sofisticados. En primer
lugar, la académica establece que es normal y predecible que los niños y niñas,
después de varios meses con rutinas estables en jardines y colegios, se
encuentren más dispersos en sus hogares, para lo cual es importante crear
espacios o momentos que ayuden a seguir un modelo.
En segundo lugar, es importante tener presente que los niños
y niñas entre 0 a 6 años atraviesan un desarrollo importante y como padres no
tenemos noción de cómo el juego influye en los más pequeños. Para acercarnos a
aquello, la académica entrega algunos tips:
Para los niños y niñas de edades de 1 a 3 años es importante
privilegiar el juego sensoriomotor, juegos donde el cuerpo pueda moverse
completamente, usando cojines, sillones, colchonetas, saliendo a correr,
creando obstáculos con objetos de la casa, etcétera. Esta etapa es crucial para
que el niño coloque todo su sistema sensorial en acción. También es importante
crear espacios para la calma, utilizando cojines grandes para sentarse a leer
cuentos, con mantas y objetos que propicien quietud y comodidad.
Con niños de edades de 3 a 4 años, debemos priorizar el
juego simbólico y los juegos de representación con materiales como ollas,
cucharas, sets de doctor, sets de construcción, autos y otros que pongan en
acción su imaginación. Otro tipo de juego crucial en esta etapa es el que tiene
relación con los espacios que permiten al párvulo plasmar lo vivido a través de
lo gráfico. Tener espacios con lápices, crayones, temperas, bloques de
construcción, hojas, cartulinas, ayudan a trabajar su cognición y entender cómo
se está estructurando el conocimiento de su propio cuerpo y del entorno en
nuestros hijos e hijas.
Siempre priorizar los juegos de tranquilidad o calma, es
decir, usando elementos que ayuden a llegar esto con juegos de mesa como
cartas, dominó, adivinanzas, entre otros. Estos juegos siempre debieran jugarse
antes de ir a dormir, así ayudamos al cerebro a prepararse, se relaje e inicie
el proceso producción de melatonina para dormir.
Para la académica, es muy importante comprender que los
materiales simples abren mayores posibilidades de imaginación. Telas, cajas,
cojines, papeles, elementos reciclados o juguetes no estructurados ofrecen
oportunidades ricas para crear escenarios, construir relatos y resolver
problemas, favoreciendo la autonomía y la creatividad infantil. En
contraposición, el exceso de estímulos dirigidos o de juguetes con una única
función, limitan la exploración y empobrece la experiencia lúdica. Otro factor
importante son las horas de sueño, un párvulo debiera dormir 10 horas para que
realmente su cerebro pueda descansar y estar tranquilo al día siguiente, además
pequeñas siestas (después de almuerzo) de una hora para niños de 0 a 3 años y
media hora para edades de 4 a 6 años. Esto ayudará a mantener un cerebro más
sano y descansado, bajando los niveles de cortisol y estrés que produce durante
su jornada.
Desde una mirada pedagógica, el rol del adulto no es dirigir
el juego, sino crear las condiciones para que este ocurra: habilitar espacios
seguros, respetar los tiempos del niño o la niña, observar sin invadir y,
cuando es necesario, acompañar desde la escucha y la presencia. El juego
compartido fortalece el vínculo afectivo y permite a las familias reconectarse
desde un lugar genuino, lejos de las exigencias del rendimiento o la
productividad.
Reflexionar sobre el juego es, en definitiva, reflexionar
sobre el tipo de infancia y de sociedad que queremos construir. Apostar por el
juego libre, corporal y simbólico es apostar por niños y niñas con mayores
herramientas para comprender el mundo, habitarlo con seguridad y transformarlo
creativamente.


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