(columna de opinión)
Pbro. Mauricio Albornoz Olivares
Decano Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas
Universidad Católica del Maule
Este 28 de octubre pasado se cumplieron 60 años
de la declaración conciliar Gravissimum Educationis, documento que habla
sobre la importancia crucial de la educación en la formación de la persona
humana, interpelando a la necesaria actualización de sus formas y modos. A
propósito de este sexagésimo aniversario, el papa León XIV ha publicado la
carta apostólica; Dibujando nuevos mapas de esperanza, en la que
recoge el necesario servicio a la persona que desde el evangelio de Jesucristo
florece con rostro educativo. En la carta, el Papa reconoce el valor de las
congregaciones religiosas, y de los grandes apóstoles de la educación, que han
acompañado el devenir de la historia. Maestros y maestras de enseñanza, que a
lo largo del tiempo han gestado procesos de transformación social educando y
formando.
La carta nos invita a “salir de las aguas poco
profundas” recuperando una visión empática y abierta para buscar una mejor
comprensión de lo humano, sorteando los actuales desafíos. La insistencia en
una mirada integradora, nos provoca a generar mejores vínculos con el corazón de
la persona, en la unificación de sentimiento y razón, en pro del conocimiento. La
universidad y la escuela católica son reconocidos como espacios privilegiados, donde
las preguntas no se silencian, y la duda no se destierra, sino que se acompaña.
Es un llamado a promover un dialogo de corazón a corazón, bajo el método de la
escucha que reconoce al otro como un bien, no como una amenaza: Cor ad
cor loquitur era el lema cardenalicio de San John Henry Newman, a
quien el Papa menciona en la carta y lo nombra co-patrono de la educación.
La fe, cuando es verdadera, no es
"materia" añadida, sino aliento que oxigena todas las demás materias.
Así, la educación católica se convierte en levadura en la comunidad humana,
genera reciprocidad, supera el reduccionismo y se abre a la responsabilidad
social. Esta es la tarea educativa, insiste el texto, atreverse a un humanismo
integral que habite las cuestiones de nuestro tiempo sin perder su fuente.
La Carta concluye con una exhortación a los
responsables de las instituciones de educación católica, a generar menos oposiciones
estériles, y más sinfonía en el Espíritu, para contribuir al brillo de nuestra constelación
educativa, orientándonos a la verdad que nos hace libres (Jn 8, 32), a la
fraternidad que consolida la justicia (Mt 23, 8), a la esperanza que no
defrauda (Rm 5, 5).

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